Y no sólo porque lo han subido muchísimo de precio, ya sabéis, el IVA y eso, sino porque el público que va al cine, sobre todo los fines de semana, es cada vez más tonto. Con perdón. Porque hay que ser tonto para pagar tanto y disfrutar tan poco.
El sábado pasado fui al cine. La película sólo la ponían en una sala comercial de centro comercial, así que, en contra de mi voluntad fui a una sala "de esas", a sabiendas de que muy bien no iba a estar. Había leído las buenas críticas de la película y además de un Globo de Oro y un actor que había sido elegido el más sexy de 2011, un dato nada relevante además de una exageración, no ponían la película en los cochambrosos, silenciosos y agradables cines a los que voy habitualmente con su público calladito, educadito e interesado por el cine de verdad, aunque algunos no se queden a leer los créditos.
Resumiendo, que quería ver la película y no había otro sitio donde verla. ¡Ah, sí, la película! Se trataba de "El lado bueno de las cosas". El título no me gustaba mucho, no soy yo de ser positiva a la fuerza, pero le eché la culpa a la traducción y me quedé tan tranquila. Había pensado incluso leer el libro antes, porque confío más en las historias originales que en las adaptaciones, pero qué puñetas, me dije, no seas tan estirada y ve a un cine de gente normal. Me dio risa cuando me sorprendí con este pensamiento.
A lo que iba. La película muy mala. Lógica deducción, además de haberla visto, si tenemos en cuenta que en esos cines "de culto" y V.O. no la ponían ni por asomo. Además de aguantar un truño de historia mal contada, a los cinco minutos de empezar apenas podía ver la pantalla. Una luz de la intensidad de los faros de un camión se me colaba entre los párpados y empecé a ponerme de mal humor. Aguanté cinco minutos más y tuve que levantarme y bajar cuatro escalones: "¡Niña!", susurré. La niña no me escuchaba. "¡Niña!", dije bajito y de mala uva. La niña me miró y ya no tuve que hablar, pero hablé: "¿Crees que puedo ver la película con ese foco interrogándome?". La niña apagó la BB y la metió en el bolso. La niña tenía al menos 16 años y en su casa, probablemente, no le han enseñado lo que es la magia del cine ni su mayor utilidad: ¡¡Escapar de la realidad!!
Poco después caí en la cuenta de la crueldad del mundo. Alguien empezó a hablar en un tono alto, como si estuviera en el sofá de su casa, en una casa donde la gente grita cuando está bien, cuando está mal y cuando está medio pensionista. Gente que grita, vaya. No entiendo por qué la gente grita tanto para decir lo que tenga que decir, pero gritar en tu casa o en el cine, menos aún. Me volví esperando ver a alguien cuya pinta correspondiese a ese tono de mala educación, según los estereotipos sociales... Un nini, por ejemplo, pero cuál fue mi sorpresa cuando vi una señora capaz de pasar cualquier aduana sin pasaporte y sin que nadie le pregunte si tiene algo que alegar. La gente le chistaba: "¡Schstttt!" Y lo hacían bajito, para molestar haciendo que parezca que no molestan. A esa señora con cara de ciudadana ejemplar y peinado de Misa le daba todo igual y a mí la bilis se me iba poniendo cada vez más amarga. Intenté no decir nada, pensé en otra cosa, me quería meter en la película pero lo mala que era no ayudaba, así que cuando ya no pude más, me volví como una fiera encerrada y le grité: "¡Señora, por Dios! ¿De verdad no se va a callar? ¿Por qué viene al cine en vez de ir al videoclub y verla en el sofá de su casa?" Cuando ya creí que se levantaría de su asiento a despeinarme, se sentó derecha y, sorprendentemente, no volvió a abrir el pico...
(Por cierto, odio hacer de maestra en mi tiempo libre...)
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